La última década ha dado prueba de una emergente tendencia a repensar las historias locales incluyendo su dimensión internacional. Apoyándose en otras disciplinas y accediendo a archivos internacionales, la narrativa histórica ha constatado las múltiples posibilidades de análisis que emergen de trazar comparaciones internacionales. La historia en clave internacional, de las huellas que redes globales de personas, ideas o prácticas han dejado en el país, puede aportar mucho al conocimiento y entendimiento del pasado.
La interconectividad impuesta por la globalización, instalada con propiedad desde fines del siglo XX, ha demostrado la necesidad de explicar los fenómenos políticos nacionales desde una perspectiva ampliada, incluyendo variables que sobrepasan las fronteras. Ya no basta con analizar el desarrollo de los fenómenos políticos dentro del territorio del Estado para comprender un determinado acontecimiento, sino que la interpretación del acontecer político reciente, así como del pasado, requiere la incorporación de factores que exceden las fronteras. No obstante, distintas disciplinas han acusado la falta de herramientas metodológicas que permitan mirar más allá de las fronteras nacionales.
Desde la Historia, la justificación inicial a la falta de herramientas para analizar los componentes internacionales, identificada por autores como Eric Hobsbawm, residió principalmente en que desde el siglo XIX, con la creación de los Estado-Nación y la búsqueda por construir una identidad cohesionadora, la historia política había estado centrada en los sucesos al interior de las fronteras. Debido a ello se desatendió el rol de la dimensión internacional en los procesos vividos durante los siglos XIX y XX. Dichos enfoques, como sostiene Henk Te Velde en un trabajo del 2005, dejaban de lado el rol jugado por ejemplos extranjeros en la formación de la política nacional, impidiendo una comprensión integral del desarrollo de un fenómeno político o el cambio de dirección en procesos al interior de cada país. Lo anterior es respaldado por las nuevas visiones desde la historia transnacional, las que, enfocándose en el estudio de las conexiones, intercambios y las circulaciones entre las naciones y las sociedades, han buscado cuestionar las lógicas nacionales de interpretación.
En Chile, los trabajos de autores como Joaquín Fermandois y Olga Ulianova, entre otros, responden a este desafío. En ellos se sostiene que Chile, desde los albores como república independiente, ha estado altamente sintonizado con los vaivenes de la política internacional. Lo anterior, se explica en que gran parte de su elite político-intelectual, desde los inicios como Estado Nación, buscó en las corrientes internacionales los referentes que pudieran dar sentido a su realidad. De esta manera, Chile se insertó en el sistema de naciones con un ordenamiento político institucional sintonizado con el resto del mundo, lo que colaboró a que su desarrollo político se mantuviese dentro de los cauces de los vaivenes internacionales. No obstante, fue a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando Chile multiplicó su vinculación internacional como nunca antes. Desde sus tempranos vínculos con los debates presentes en la Guerra Fría, Chile dio pruebas de la alta conexión que su desarrollo político interno tenía con los vaivenes internacionales. En consecuencia, hitos históricos tales como la elección de Salvador Allende, su vía chilena al socialismo y el golpe militar que lo siguió, pusieron a Chile en el centro del debate internacional. Ello funcionó como un doble conducto, exportando al mundo las ideas chilenas a través del exilio de las elites de los partidos, e incorporando en la mentalidad de éstos las ideas de los países donde residieron.
En dicho sentido, una arista de esta tendencia por pensar la historia internacionalmente es explorar la circulación de personas a través de las fronteras; ya que son ellas quienes actúan de puente de transferencia cultural, política o técnica entre los países. Pero si bien durante la década de 1970 y a razón de la mencionada masividad del exilio, se produjo una multiplicación de la circulación de chilenos en el mundo, la interacción de individuos que actuaron como puentes culturales no se remite únicamente al siglo XX. Baste recordar el rol de personajes como Andrés Bello y Mariano Egaña en su vinculación internacional, o los viajes de José Antonio Rojas y su cuñado Manuel de Salas, recolectando libros por el mundo y mandándolos a Chile. Ya sean viajeros, exiliados, políticos o artistas, la historia de Chile se ha visto fuertemente determinada por el aporte que estos individuos y las redes internacionales que conformaron tuvieron en la formación de la historia nacional.
Ya sea a través de la circulación de personas (e ideas) o de la comparación de fenómenos políticos contemporáneos, la invitación se encuentra extendida para superar los límites nacionales y complejizar el análisis histórico, acudiendo a nuevas fuentes y nuevas interpretaciones desde una perspectiva internacional. Ello no implica reemplazar la historiografía imperante en el país, pero sí enriquecerla incorporando una dimensión que hasta ahora no ha sido suficientemente estudiada y que tanto ha contribuido a formar a Chile como el país que es actualmente.
Pensar la historia, tanto reciente como la más distante, desde una perspectiva global puede aportar nuevas luces sobre nuestro pasado. La búsqueda de comparaciones y patrones que permitan entender un determinado proceso local en un marco ampliado, no solo podría contribuir a profundizar el entendimiento de los fenómenos políticos nacionales, sino que además aportaría nuevos entendimientos sobre procesos internacionales.