No es que lo haya buscado, y si lo hubiera, probablemente nunca lo hubiere logrado, pero hoy en día Ucrania es el centro de la política internacional del primer cuarto del Siglo XXI. La razón es la invasión de las tropas rusas y la desesperada defensa de su independencia por parte de Ucrania. Pero, el significado de esta lucha va más lejos. El conflicto se ha transformado en una guerra en procuración de un sinnúmero de temas centrales de la contingencia internacional. Temas tales como globalización, identidad nacional, acomodación de nacionalidades, esferas de influencia, orden mundial basado en el imperio de reglas comúnmente aceptadas, u orden mundial basado en la primacía militar de potencias, libre comercio mundial, o regímenes comerciales parciales, estándares tecnológicos globales o regionales, preponderancia de la geopolítica, o de principios de orden político, migración y refugiados, son varios de los temas del debate político internacional involucrados en el conflicto uUcraniano.
En medio de los debates de la política internacional contemporánea, Rusia decidió identificarse como “civilización.” Esta no sería suficientemente respetada y estaría amenazada por el mundo occidental. También Rusia decidió que Ucrania es parte de la civilización rusa. Por lo tanto, la invasión de Ucrania por tropas rusas es una misión de rescate del país eslavo del canto de la sirena occidental y de fortalecimiento de la frontera territorial de la civilización rusa.
Pero se da la paradoja de que Ucrania tiene una identidad nacional que históricamente precede a la rusa. Aún más, la nación rusa fue una derivación de la primacía ucraniana. Difícil, entonces, ignorar la identidad ucraniana y simplemente integrarla a la civilización rusa.
La historia de Ucrania no ha sido de dulce ni de días soleados. Ha tenido que sobrevivir siglos de guerras, hambrunas y estallidos sociales. Fue una sociedad esencialmente rural con una agricultura autosostenible y socialmente balanceada. Esa sociedad pudo subsistir a pesar de su estereotipo de pobreza, falta de educación y subdesarrollo, aún bajo hegemonía rusa. Sin embargo, durante el siglo XX, la Rusia soviética decidió empujar un proceso forzado de industrialización, colectivizando el campo e instalando grandes proyectos de industria pesada en territorio ucraniano. La experiencia costó literalmente la vida de millones de sus ciudadanos. Sin ir más lejos, aún en la década de los ochenta, Ucrania pasó por el mayor desastre histórico en una planta de energía nuclear con consecuencias todavía presentes. Pero Ucrania ha sido más fuerte que todas las penurias que la historia les ha deparado. Hoy está todavía de pie y luchando por lo de siempre: su identidad nacional.
La URSS fue quien definió la territorialidad actual de Ucrania. En efecto, cuando tuve la fortuna de visitar y enseñar en el medio universitario en dicho país, hace treinta años, cuando recién había obtenido su independencia nacional de la hegemonía ruso-soviética, me percaté de serios problemas al interior de esta territorialidad, problemas totalmente pertinentes al conflicto bélico de hoy. El país territorial encapsuló dos regiones con diferentes identidades nacionales. El Oeste, totalmente ucraniano, con profundas raíces europeas. El Oriente, en cambio, tiene una fuerte influencia cultural rusa. Un detalle interesante es que durante la era soviética el idioma ruso era obligatorio en toda actividad social; además era la lengua en uso en el sistema educacional.
A partir de la independencia post soviética, el gobierno central de Ucrania implementó y empujó el uso de la lengua ucraniana para todo tipo de actividades. En la región occidental, la población de inmediato adoptó el uso del idioma nacional. En la región oriental, este se estableció formalmente y, en la práctica, grandes sectores de la población continuaron hablando el idioma ruso. Mis alumnos en la universidad tenían claras dos aspiraciones: una nación moderna e integrada a Europa. Este era un sentimiento fuerte en toda la región Oeste del país, pero en el Este parte importante de la población no querían perder la conexión y protección rusa. Es triste poder constatar que la guerra actual en Ucrania tiene raíces en problemas evidentes y urgentes que ya se anunciaban al inicio de los años noventa del siglo pasado.
Otro de los problemas evidentes de la década de la independencia y de gran relevancia actual es la seguridad nacional. Siendo Ucrania la residencia de grandes proyectos de industria pesada durante la época soviética, significó que al momento de su independencia heredó importante armamento soviético, incluido armas nucleares. Esta situación no solo incomodó a Rusia, que la consideró inaceptable si es que iba a reconocer una Ucrania independiente. Se negoció, entonces, un tratado avalado por los Estados Unidos y el Reino Unido, por el cual Ucrania entregaba el armamento nuclear a cambio de garantía de respeto a su integridad territorial. Este es un precedente político e imperativo ético internacional para cualquier tratativa o negociación diplomática acerca de la situación ucraniana en el momento de hoy, con indudables alcances a nivel mundial.
La jerarquía de poder es importante en la cultura rusa. En consecuencia, ya era evidente en la década de los noventa que Rusia no aceptaba la pérdida de su estatus de superpotencia. Nada tenía más poder simbólico que la pérdida de Crimea. Incluso para el ciudadano ruso no interesado en política y asuntos internacionales, una Crimea no rusa era impensable. No por nada, entonces, la primera batalla en la guerra de restauración del poder y prestigio ruso fue dada en Crimea. La visión rusa de esta y otras situaciones de política internacional es muy cuestionable, pero era y es una realidad de hecho, y es triste que hoy debamos abordarlas en una verdadera guerra de difícil salida.
El ataque militar en Ucrania ha sido un duro despertar en Europa y Occidente en general. Hasta el día que los tanques rusos entraron en Ucrania, siempre se pensó que Rusia, antes que un riesgo de seguridad nacional, era socio de un mundo cada día más interdependiente. Cualquiera sea el devenir de la guerra en Ucrania, la geopolítica de Occidente tendrá un profundo cambio y, por consiguiente, la geopolítica mundial. La actual situación en Ucrania trae a la memoria histórica dos de los más dramáticos y oscuros episodios de la Europa del siglo XX. En primer lugar, la última vez que tanques invadieron las calles de la capital ucraniana, Kieyiv, fue durante el ataque de la Alemania nazi en 1941. En segundo término, durante la Guerra Fría, cuando los tanques de la Rusia soviética entraron en Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), Polonia (1981). Es difícil imaginar el desenlace inmediato de la guerra en Ucrania, pero el largo plazo claramente indica una Europa más dividida y militarizada con una Rusia que, sin querer queriéndolo, se aleja de Europa. Desde el fin de la Guerra Fría, Europa ha vivido plenamente los dividendos de la paz. Está por verse qué nivel de sacrificios están dispuestos a sostener los ciudadanos europeos tras un largo período de acción militar y restricción económica.
No obstante, en medio de este duelo entre David y Goliat, Ucrania -una democracia incipiente- se está permitiendo dar una lección a democracias mucho más maduras. Su política interna doméstica es muy fraccional y litigiosa, pero enfrentados al duelo, todos los contendientes han entendido y asumido la preeminencia del interés nacional por sobre los intereses de fracciones domésticas. Sin duda, ha ayudado la circunstancia en este trascendental desafío, que Ucrania ha contado con un jefe de gobierno, sin pasado de política partidista, que no presenta previamente heridas de batallas de política interna, sino que renovadas expectativas de un liderazgo convocante y aglutinador para la unidad y supervivencia nacional. Ucrania está mostrando que aún en una situación de peligro extremo máximo, el sistema político democrático puede seguir funcionando y, quizás, con más eficiencia y eficacia que su antagonista con sistema político autoritario.
Es difícil evaluar en este momento el éxito absoluto o relativo de la misión “especial, técnicamente militar” de Rusia en Ucrania. Un aspecto en el que la misión ya ha sido exitosa es en desmantelar el naipe de la política internacional. Por supuesto, es imposible evaluar hoy en día si al final de cuentas Rusia ganará o no estatus en el reordenamiento mundial, pero este ya ha comenzado. No es posible visualizar hoy la naturaleza, pero claramente una “cortina de hierro” versión 2.0 está renaciendo entre Rusia y Europa y los Estados Unidos. Rusia está abiertamente tratando de contrastar con una alianza hacia el Este, China. Esta línea de política exterior rusa es un quiebre absoluto con todo su pasado histórico. China se ve obligada a ponderar cuidadosamente y recalibrar sus relaciones con Rusia, los Estados Unidos y Europa. El recalibrar de las relaciones entre los países de élite de la política internacional tiene serias repercusiones en dimensiones materiales tan importantes como la seguridad militar y la economía mundial.
En el área económica, desde el inicio de la globalización se pensó que un libre mercado internacional facilitaba el comercio y la integración de las economías. La eficiencia que permitía este sistema de relaciones internacionales permitía el crecimiento económico de todos y, por consiguiente, se limitaban los conflictos internacionales. La crisis ucraniana está demostrando que este pensamiento no es primario a nivel mundial. Muchos países, partiendo por Rusia, aún valorando el crecimiento económico, consideran que el sistema económico mundial no les permite ajustar sus aspiraciones nacionales. Por consiguiente, estarían dispuestos a sacrificios con tal de construir regímenes económicos más favorables a sus intereses nacionales. Por supuesto, no es en absoluto claro que la guerra en Ucrania sirva para construir mejores sistemas económicos mundiales, pero con esta lógica de pensamiento, al menos, se estaría avanzando en la ruptura del sistema económico actual.
La reconfiguración de las relaciones entre los países de élite los obliga a reevaluar urgentemente sus sistemas de seguridad militar. Esto significa mayor y más sofisticado armamento y economías nacionales capaces de sostener este desarrollo. Pero muchos países de la no élite se muestran muy incomodos con la situación actual. Estos países consideran que el sistema solo protege a los países élite y, no sin razón, les da un poder de veto absoluto sobre aspiraciones de terceros países. La consecuencia es que muchos de los estados no élite están cada vez más dispuestos a no seguir las pautas del orden militar mundial actual. No es extraño, entonces, el interés en armamento nuclear incluso en países de considerable menos estatura en la jerarquía internacional. No cabe duda que la situación de Ucrania obliga a una seria consideración de esta área de la política internacional.
La contingencia histórica del momento ha puesto a Ucrania en el cruce de los más difíciles tópicos de la política internacional de comienzos del siglo XXI. Todos los países se pueden beneficiar observando y repensando esta experiencia. Lo que no pueden hacer es ignorar la experiencia ucraniana, porque sus consecuencias afectarán a todos los países del orbe.