Reseña:

Joaquín Fermandois, La Revolución Inconclusa, Santiago de Chile, Centro de Estudios Bicentenario, 2023.

La Revolución Inconclusa

Nos encontramos ante una obra que, a 10 años de su primera edición, se ha convertido en un clásico, en texto de referencia para el estudio y reflexión sobre la Unidad Popular o “experiencia chilena”, tal como fue denominada en su momento en Francia. Precisamente, la primera aproximación al tema que realizó el profesor Fermandois fue desde la perspectiva internacional y desde la política exterior, a través de Chile y el Mundo, 1970-1973. La Política Exterior del Gobierno de la Unidad Popular y el Sistema Internacional. Texto que es fruto de su tesis doctoral, publicada en 1985. La Revolución Inconclusa, por tanto, viene cerrar ese círculo de retroalimentación entre lo interno e internacional.

Libro -en tres tomos- robusto en forma y fondo, no solo por la ingente diversidad de fuentes involucradas (testimonios, prensa, bibliografía, archivos; en donde destacan documentos inéditos de la República Democrática Alemana RDA, lo que fue toda una novedad), sino también por el esfuerzo de ecuanimidad y ponderación en su análisis. 

En el prólogo del libro, el profesor Fermandois señala que hubo de abandonar la pretensión de una historia general para concentrarse en una historia política clásica, por la importancia de las dimensiones políticas, de poder, durante los mil días de la Unidad Popular. Al respecto, si como el propio autor indica, no estamos frente a una suerte del Aleph de Borges- aunque por cada esquina se vislumbra una totalidad- el libro es, al menos, una suerte de Rayuela de Cortázar. Uno y varios libros al mismo tiempo. Al menos tres: la reflexión sobre la democracia chilena (que luego se convirtió en una obra autónoma: La democracia en Chile. Trayectoria de Sísifo, publicada en 2020); la historia de la izquierda chilena y la historia de la Unidad Popular. Aunque en la escritura de las investigaciones, los historiadores proyectamos la narración hacia adelante, en el análisis solemos ir hacia atrás, para poder entender las causalidades y la raíz del fenómeno que precisamente estamos tratando de explicar. Es por eso que se entrelazan tres libros en uno. Para entender el período comprendido entre 1970 y 1973, es necesario el análisis de la democracia en Chile, problematizarla y hacerlo en términos comparados para advertir que no se trató de una pseudo democracia, pero tampoco de un sistema consolidado. Luego, la historia de la izquierda en dicho marco, que es el que le permite desarrollarse y a la vez, cómo el retraso de las estructuras económicas y sociales le brindan predicamento y fuerza.   

La Unidad Popular. Un período del devenir en el tiempo de nuestro país que como pocos han suscitado mayor atención, estudio, reflexión y debate, posiblemente también en el marco de la historia reciente de América Latina o más bien de la historia de la Guerra Fría Latinoamericana, que no solo se jugó en las playas cubanas.

¿Cómo y por qué devino la tragedia?

De acuerdo con el historiador norteamericano John Lewis Gaddis, citado por el profesor Fermandois, el presente es una singularidad a través de la cual tiene que pasar el futuro para convertirse en pasado. El presente logra esta transformación congelando reacciones entre continuidades (tendencias) y contingencias (azar). En el futuro continuidades y contingencias coexisten con independencia unas de otras. El pasado es el lugar en el que la relación está inextricablemente establecida.  Y el presente es la singularidad que reúne a unas y otras, de tal modo que continuidades cortan a las contingencias, y las contingencias se encuentran con las continuidades y a través de este proceso se hace la historia. Este libro urde, teje precisamente aquel proceso: la toma de decisiones, la gestión del riesgo y la capacidad de análisis de los distintos actores: entre las certezas relativas del pasado y las ambigüedades del futuro. Si bien para algunos desde el principio (izquierda, derecha) el futuro solo podía ser uno. Así como también fue excesiva la fe en el “excepcionalismo” chileno, entendido como el anclaje a la regularidad democrática del desarrollo republicano en nuestro país o un sentido común democrático. 

El acento esta dado en la esfera política, pero son de destacar las líneas dedicadas a los intelectuales y artistas, a la iglesia, a la universidad. Lo anterior completa un cuadro, porque estamos frente a un libro ventana a través del cual aproximarse al espíritu de los sesenta, “época de cambio, de revueltas, de renovación, de shock por lo nuevo” -como indica el autor- y precisamente por eso, también de aprensión. El o los 68, la primavera de Praga y, especialmente, el enorme impacto que tuvo la Revolución Cubana. Toda una generación que vibró o se atemorizó al contemplar como la Revolución Cubana no solamente había triunfado, sino que había triunfado fácil. Este es, posiblemente, un elemento central para entender la imagen posteriormente proyectada.

Quizás podría entenderse el triunfo de Allende como una segunda etapa del impacto producido por la revolución cubana, abriendo una alternativa pacifica-electoral en la construcción del socialismo. Desde luego, aquí radica parte de la fascinación mundial, especialmente europea, por el experimento, el que de acuerdo con el autor se vio como una suerte de utopía moderna. En los Gobiernos y las sociedades civiles será distinta la recepción. Especial impacto tendrá en éstas últimas en muchos países del mundo, lo que motivó la visita a vivir la experiencia; por ejemplo, Jack Straw (ministro del Interior del gobierno laborista de Tony Blair, cuando Pinochet fue detenido en Londres); François Mitterrand; Joaquín Leguina (primer presidente de la Comunidad de Madrid entre 1983 y 1995), por nombrar algunos.

Si esto fue así, si Chile se convertía en laboratorio, es porque como muy bien destaca el profesor Fermandois (en una idea que trasunta toda su obra, no solo este libro), nuestro país ha tenido una historia política de temprana identificación con las grandes tendencias universales del siglo XX. Chile como parte de la política mundial, todo menos una isla. Posiblemente, este periodo- el más político de toda la historia de Chile, de acuerdo con el autor- como ningún otro en el siglo XX, es expresión de dicha afirmación. De aquí también arranca el enorme simbolismo del 11 de septiembre de 1973 y su impacto en los desarrollos políticos en Francia, España, Alemania Federal. Especialmente complejo se volvió el escenario para la democracia cristiana en estos dos últimos países.

En el principio era el verbo, la palabra. Con esta bíblica frase el profesor Fermandois inicia el capítulo dedicado a la trayectoria de la izquierda chilena, destacando así la importancia del lenguaje en la construcción de su identidad. Avanzando en la lectura del libro y de manera totalmente espontanea (sin propósito) se advierte la repetición de algunas palabras, algo así como voces reincidentes. Demás está decir que aquello no es especialmente interesante por el número de repeticiones, sino que por su sentido. Se trata de sustantivos: paradoja, contradicción y dilema y, precisamente por eso, al menos de manera tácita esta la idea del contrafáctico, que se desarrolla en propiedad en la última parte del libro. 

Veamos algunas paradojas, dilemas y contradicciones:

  • Tomas. Directrices contradictorias del mismo gobierno: Allende exigía el control del proceso desde arriba y Vuskovic, lo incentivaba desde abajo.
  • Paradoja: A partir del paro de octubre de 1972 el espíritu de toma también fue asumido por la oposición.
  • La huelga de la mayoría de los sindicatos de El Teniente.
  • La propia existencia del MIR, planteaba dilemas.
  • Los dilemas militares o de las FFAA de cara a su propio papel.
  • Paradoja. El apoyo político al golpe -en especial de la DC- se efectuaba bajo el supuesto de que habría una inmediata normalización constitucional. 
  • El dilema como hecho básico de la política marxista en los países de instituciones políticas fuertes, de modelo occidental (Estado de Derecho, división de poderes, libertad de prensa, pluralismo) ¿Si llegaba al gobierno estaba dispuesta a transar? Contradicción y paradoja central del libro. “Creemos- indica Joaquín Fermandois- que el marxismo chileno como en Europa Occidental, podía adaptarse a las circunstancias constitucionales y a las prácticas políticas, aun sin empaparse de la cultura política del modelo occidental. El dilema se producía si arribaba al gobierno por medios constitucionales sin estar dispuesto a transar la visión de la sociedad final según lo que entendía por socialismo”.   

Esto es central: Nunca fue claro el cómo se conciliaría socialismo (socialismo real) y democracia. Dionisio Ridruejo, escritor y político español que transitó desde el falangismo (voluntario de la división azul) a la social democracia, comprendió el dilema bastante bien: (es de destacar porque esta claridad no fue mayoritaria en el extranjero): 

“Nunca he entendido lo que quiere decir “vía democrática al socialismo”. La expresión otorga a la palabra “democracia” un valor instrumental y transitivo, para ir a otra cosa. ¿Y cuál es el modelo de esa otra cosa? (…) La parte endeble de la experiencia de Allende la veo en la incorrección de su modelo finalista. Si ese modelo se identifica con las construcciones que conocemos (capitalismo de estado, dictadura -simbólica- del proletariado) creo que la “vía democrática” no es conducente después de Allende y que tampoco lo fue antes. Si se hablase de socialismo democrático entendería mejor la cosa. Aquí la democracia no es vía, sino forma. Pero esta extensión de la democracia política al orden económico y social (en una sociedad autogestionada) es más bien el horizonte del reformismo. Pienso que ése era el modelo de Allende y siempre lo he lamentado, porque si en nuestro mundo ha habido un hombre inteligente, honrado y psicológicamente preparado para esa empresa, ese hombre era él. Que ni aun así le hubieran perdonado la vida “los insaciables”, eso es ya otra cosa[1].” Esta forma de ver a Salvador Allende es la que ha generado mayor debate, se volverá sobre Salvador Allende. 

Algunos contrafácticos:

  • Qué habría pasado si se aceptaba la reforma constitucional propuesta por Rafael Agustín Gumucio para introducir la segunda vuelta, en febrero de 1970.
  • Si las elecciones municipales de 1971 hubieran sido parlamentarias.
  • O qué habría pasado si Allende a propósito del Cobre hubiera impulsado una reforma constitucional que modificara el derecho de propiedad
  • Si Castro se hubiera quedado menos tiempo en Chile. Por mencionar solo algunas.

Contradicciones a mi entender como parte también de la tragedia. Y la enorme posibilidad del contrafáctico como expresión de lo liquido del momento. O la dinámica de vértigo entre las continuidades y las contingencias.   

Una idea para agregar sobre la palabra. Hacia 1973 el lenguaje político se convirtió en lenguaje de barricada y el humor estaba en retirada. Señal peligrosa de acuerdo con el autor.

Abordemos la figura de Salvador Allende ¿Qué importancia tiene el individuo en la historia? Se trata de un enorme debate entre los historiadores. No por nada Ian Kershaw empezó investigando sobre los nazis y termino siendo uno de los grandes biógrafos de Hitler. No da lo mismo quien toma las decisiones, porque quienes las toman pueden, sin duda, marcar grandes diferencias y modificar el curso de muchas vidas. Reflejo de la importancia es que siempre caemos en los contra facticos. ¿Qué habría pasado si, por ejemplo, Stalin hubiera muerto en la operación de apendicitis en 1921? o ¿si Franco hubiera muerto en junio de 1916, cuando recibe un balazo luchando en Marruecos? Lo de Allende desde un principio es muy parecido a lo que le pasó a Gorbachov:  gran predicamento fuera de Chile y aun polémico -y muy polémico- dentro del país.

En este tema concuerdo con Alan Angell, el profesor emérito de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford, en su reseña del libro de 2013, en su intento por entender al personaje. “Fermandois- indica Angell- habla mucho sobre las ambigüedades de Allende. ¿Estaba verdaderamente comprometido con un camino democrático hacia la revolución, como enfatizó tan a menudo, o en última instancia la meta revolucionaria tenía prioridad sobre los medios democráticos? Además de lidiar con las fuerzas opositoras, Allende estaba constantemente equilibrando las cosas dentro de su propia coalición. No es sorprendente que su discurso se adaptara al público al que se dirigía. Quizás su retórica hubiera sido más moderada si hubiese tenido un apoyo disciplinado. Debido a que enfrentaba a un Partido Socialista que pretendía, cada vez con más fuerza, tomar el poder por todos los medios, la única manera que tenía de mantener su poder era adoptar el lenguaje de la izquierda extrema. Pero indudablemente fue un error reclutar sus guardaespaldas del seno del MIR, como lo fue también declarar que él no era Presidente de todos los chilenos, aunque después intentó paliar esa declaración.” Entonces, ¿Allende preso por la palabra? No controlaba los partidos dentro de la coalición, a las fuerzas que lo acompañaban y tenía que negociar constantemente de igual a igual. Y una de las tensiones fue, justamente, su opción para llevar adelante el proceso y vuelvo sobre Angell, “Es posible que su postura legalista fuera parte de su amplio atractivo, pero deterioró su autoridad dentro del PS, en el que muchos miembros lo vieron como insuficientemente revolucionario en cuanto a su política y principios, y demasiado inclinado a hacer los tratos políticos que rechazaban los sectores más radicales.” Al respecto, reveladora resulta una historia pequeña. A finales de la década de los 20 Allende se identifica con una juventud rebelde de orientación socialista y en estos años ingresa al grupo Avance, pequeño pero ruidoso movimiento de la izquierda universitaria en el cual ya va a destacar por sus habilidades oratorias. De este grupo termina siendo expulsado -de un total de 400 miembros 395 votan para que salga- porque se negó a firmar un manifiesto que impulsaba la creación de los soviets obreros, campesinos, soldados y estudiantes en Chile. Para él se trataba de una insensatez que nada tenía que ver con la realidad del país. Lo expulsaron por amarillo. Un poco el quid de la cuestión, era marxista, pero un marxismo que se tenía que adecuar a la realidad chilena: la democracia.

Su radicalización, al menos en su forma de ver el sistema interamericano (en la línea de la historiadora inglesa Tanya Harmer), se dio con la revolución cubana. El mismo enero de 1959 Allende viaja a Cuba, uno de tantos viajes y la construcción de una amistad con Castro. Gabriel Valdés lamentaba que Allende no ganara las elecciones de 1958, en esa época era socialdemócrata y habría sido -de acuerdo con Valdés- un presidente de izquierda como Aguirre Cerda.  El poeta Gonzalo Rojas describió a Salvador Allende con: “cuerpo y mente de estadista demócrata y corazón de revolucionario”.  Todo, menos un personaje simple. Pero, es por su trayectoria política, que la diplomacia de dos dictaduras de derecha (El franquismo y la revolución argentina) apuestan por Allende, no por la UP en su conjunto, por Allende (esto es explicito) por su record democrático. Así, si se apoyaba al presidente se evitaría la radicalización del proceso o una segunda Cuba. Un dato más, que cita el profesor Fermandois: De acuerdo con los archivos norteamericanos, en una reunión sostenida en Washington en diciembre de 1970, Sergio Onofre Jarpa manifestó al Secretario de Estado Asistente para Asuntos Latinoamericanos, Charles Meyer, que tanto la oposición en Chile como la política exterior norteamericana debían intentar apoyar a Allende y a la facción moderada del Partido Socialista, de modo de anular a los comunistas.

Posiblemente de la misma manera en que Allende sobrestimo su habilidad para resistir la intervención norteamericana (que dicho sea de paso, no fue determinante como se indica en el libro); para aunar la solidaridad del tercer mundo o las posibilidades de ayuda-subsidio del “horizonte paradigmático” y, por lo tanto, hizo una lectura errada de la distención (aquí sigo a Tanya Harmer), también sobre estimo la/su capacidad de llevar adelante un experimento inexistente hasta ese momento (combinación de socialismo y democracia, sin que el primero terminara con la segunda), precisamente por la fe en la excepcionalidad chilena, de la que él era protagonista.  Improvisación, errores, no saber cómo llevar adelante el proceso, un gobierno dividido y sobreestimación de la fortaleza del sistema político. Los ejemplos apoyando argumentos en una dirección o en otra (es decir si era demócrata o no lo era) son ingentes y, por tanto, el acuerdo resulta tan inconcluso como la propia revolución. Tampoco tiene por qué darse.   

Las discusiones en torno a las diversas interpretaciones sobre el pasado lo liberan, liberan al pasado, de una única explicación valida posible. Tal y como señala Gaddis “Lo que queremos es mostrar que el sentido de la historia no queda fijado una vez producida la historia y ni siquiera cuando se termina de escribirla. Esto también es liberación”.[2] Una de las interpretaciones clásicas es la de Arturo Valenzuela: quien resalta la primacía de los factores políticos por sobre los económicos en el colapso de la institucionalidad en 1973, planteando por primera vez la tesis de que, más allá de la actuación de las fuerzas radicales, fueron la erosión del centro político y la politización de las instituciones supuestamente neutrales los elementos que más influyeron en el derrumbe de la democracia chilena y el largo período dictatorial que le siguió.

Por otra parte, para Joaquín Fermandois la Transición al socialismo no era una simple reforma, sino que un cambio de estructura de poder e institucional. De tal manera que en la Unidad Popular y en los partidos y movimientos marxistas chilenos existía el convencimiento de que se marchaba hacia un estadio final (representado por los grandes modelos revolucionarios o paradigmas), donde las diferencias eran solo las velocidades y los métodos.

Si como indica Henry Kissinger la historia enseña - si algo enseña- lo hace por analogía, mediante la capacidad de reconocer situaciones comparables, este libro nos muestra como la historia de Chile estuvo en la mente, en la memoria de muchos de los propios protagonistas. La armada operaba principalmente por la imagen de su propia historia, que no pasara lo mismo que en 1931; Allende, en su relación con los comunistas o su imagen de Balmaceda; la comparación del debate en torno a la creación de la CORFO y la reforma de las tres áreas de la economía. Y no solo la historia de Chile, también sobrevolaba el julio español de 1936.

Toda historiografía nace de una perspectiva ligada a una persona, a una época y a una cultura. Lo que en estricto rigor no tiene nada de nuevo. Ya en Combates por la historia Lucien Fevbre enfatizaba que “Es en función de la vida como la historia interroga a la muerte”.[3]  Del mismo modo, la recepción de una historia, de una investigación como esta, interpela en mayor o menor medida o de forma variable al presente.

Hace 10 años, cuando la Revolución Inconclusa fue presentada por primear vez, Enrique Correa identificó los siguientes puntos claves de la crisis: división sistema político e incapacidad de lograr acuerdos; la relación con los empresarios y con Estados Unidos; los militares, cuya trayectoria hacia el golpe es muy bien descrita, que por cierto lo está. A partir de 1990, decía Correa, “logramos solucionar cada uno de estos aspectos, partiendo por el consenso.”  

La presentación hace 10 años, parece haber sido realizada en otro país, el Chile de hoy a la luz de los 50 años del golpe, a la luz de los acontecimientos vividos entre 2013 y 2023 (o entre 2019 y 2023), no puede dejarnos indiferentes frente a la necesaria reflexión sobre los cambios que el país debe acometer o sobre el momento constitucional, o sobre la voluntad de acuerdo. Al decir de la historiadora canadiense Margaret MacMillan la historia no se repite, esa es la máxima, pero rima.

Un presente, nuestro presente, el hoy, especialmente interpelado por la historia, por esta historia. Otro motivo más por el cual la Revolución Inconclusa es, como nunca, una lectura necesaria e ineludible. 

[1] “Chile a encuesta”, Cuadernos para el Diálogo (nº 121, octubre de 1973)
[2] Ibid. pp183 PONER CITA.
[3] Febvre, Lucien. Combates por la historia. Ariel. Barcelona. 1970, p.245

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