"La senda de España": La cultura del desencanto y el colapso de su imagen internacional en la gran recesion

"La senda de España"

Por José Luis Neila Hernández, Profesor titular del Dpto. de Historia Contemporánea. Universidad Autónoma de Madrid.

Imagen de España

En el primer debate televisivo entre el candidato republicano Romney y el presidente Obama a primeros de octubre de 2012, España saldría a colación al embarcarse el debate en el porcentaje de los impuestos destinados a los gastos del Estado aseverando el candidato republicano que "no quiero seguir la senda de España" . La negativa referencia a España en un escaparate tan mediático y trascendente en el plano de la política mundial erosionaría más aún la ya maltrecha imagen de España desde que se inició la Gran Recesión en el verano de 2007. Este episodio vendría precedido del reportaje sobre el hambre en España publicado en septiembre de 2012 por The New York Times y la premiada colección de fotografías del catalán Samuel Aranda sobre la "austeridad y el hambre en España" en el World Press Photo 2011. Un fresco en negativo que tratarían de neutralizar con sus visitas el presidente del Gobierno Mariano Rajoy y el Rey Juan Carlos a Nueva York y ofrecer una imagen más amable en sus reuniones con los consejos editoriales de The Wall Street Journal y The New York Times, respectivamente . Los ecos de la sombría imagen de España circularían de un lado a otro del Atlántico a tenor de la atención de diarios como el francés Libération que bajo el título "perdus!" ("¡Perdidos!") dedicaba su portada y cuatro páginas al análisis del hundimiento de España en la crisis y los fallidos planes de la Unión Europea y la misma metáfora a la que se refería The Economist el 11 de junio de 2012 a partir del diario alemán Handelsblatt.Antes aún, en noviembre de 2009, The Economist recurría a la metáfora del "hombre enfermo de Europa" para el caso español.

El declive de la imagen de España y la "Marca España", como soporte mediático de acción en el exterior puesta en escena con los Gobiernos de José María Aznar, se intensificaría a tenor del rescate a la banca el 9 de junio de 2012. Javier Noya, investigador principal de la imagen exterior de España en el Real Instituto Elcano, subraya como la nacionalización de Bankiarompería "la espiral de silencio que se había gestado en España en torno al sistema financiero y desencadenó el pánico". A partir de entonces, los españoles:

(...)entendimos la imagen que tenían fuera de nosotros, que antes nos parecían exageraciones, cuando no conjuras de los mercados financieros. Caímos en la cuenta de que era ‘los otros' los que tenían razón y ‘nosotros' los que vivíamos cómodamente entumecidos en el colchón de la burbuja financiera .

No era, por tanto, de extrañar que en ese delicado contexto la reacción político-diplomática de España se encauzara hacia el reflotamiento de la imagen de España, nombrándose un Alto Comisionado para la Marca España -Carlos Espinosa de los Monteros- como buque insignia de la acción exterior para mejorar la imagen internacional y mejorar la colaboración con el Foro de Marcas Renombradas Españolas y el think tank El Real Instituto Elcano . Todo un esfuerzo político orientado al restablecimiento de una confianza que se fue diluyendo a medida que avanzó la crisis económica. Desde el año 2008 la credibilidad de España en el extranjero ha experimentado una grave involución. Un activo que se había ido edificando en el curso de los últimos decenios y que había recorrido hitos tan significativos desde el plano mediático como las Olimpiadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla en el año 1992. A mitad de camino entre el análisis teórico y la experiencia personal, el catedrático de Economía de la London School ofEconomics, Luis Garicano escribía:

Desde la Transición, ser español había dejado de ser algo negativo, digno de desconfianza. Creo que puedo decir esto con conocimiento de primera mano: llevo 20 años viviendo en EEUU, Reino Unido y en los tres países del Benelux, y nunca he tenido ninguna sensación de que la genta pensara que los españoles no éramos de fiar. España había construido, sobre la base de unos enormes logros políticos y económicos tras la Transición, un acervo de respeto y confianza que nos permitía a todos los españoles ir con la cabeza muy alta por el mundo. Después de miles artículos positivos de prensa sobre el milagro político y económico, la marca España quería decir modernidad, alegría, calidad de vida, trabajo duro, transición.

Desgraciadamente, esto ya no es así (...) En el test que supondrán estos años de crisis, las decisiones que tomemos en estos temas determinarán que este país a caballo entre África y Europa se parezca más y más a su sur o a su norte.

Interrogaciones sobre la normalidad española

El retorno de estos viejos fantasmas y prejuicios parecen volver a cuestionar la europeidad y la identidad de España, especialmente en lo que trasciende en torno al proceso de modernización presente en buena parte de la teoría social y la historiografía sobre la historia contemporánea de España. A rebufo de la crisis habrían vuelto a emerger ciertos tópicos sobre los que se cierne la imagen exótica y atrasada, muchos de ellos engendrados en el mundo anglosajón. ¿Cuestiona la crisis y el retorno de estas imágenes la naturaleza del debate historiográfico sobre la normalidad de España?

Desde esta perspectiva la reciente transformación de la sociedad española ha ido acompañada de una profunda reinterpretación de nuestra contemporaneidad, de modo que el razonable éxito de la modernización ha contribuido, como subrayan Santos Juliá y Ludolfo Paramio , a la reinterpretación del excepcionalismo y el fatalismo del devenir de España abogando por una lógica de la normalidad sin obviar nuestra especificidad. En consecuencia, nuestra historia muestra razonables similitudes con Europa, incluso en su retraso. La revisión de aquellos estereotipos y mitos historiográficos sancionaban, de algún modo, la ejecución a partir de la muerte del general Franco y de la transición española, del proyecto de modernización y europeización que se fraguó al hilo del desastre de 1898. El reciente fin de siglo consumaría, en opinión de Emilio Lamo de Espinosa, el fin del mito casticista y la emergencia del nuevo mito europeísta.

La normalización ha favorecido, sin duda, la reinterpretación historiográfica de la historia de las relaciones internacionales de España, sometiendo a riguroso debate los tópicos reinantes sobre la política exterior y la posición internacional de nuestro país. Francisco Quintana destaca en la reciente historiografía española -e hispanista, cabría añadir- el "redescubrimiento de España como parte de una Europa plural". Es decir, "la tendencia a integrar los problemas hasta hace poco considerados específicamente españoles (recuérdese lo del Spain is different) en el marco de unas realidades que se van asentando de forma dispar en los distintos espacios europeos" . La revisión de unos tópicos asociados al exotismo emanado de la literatura de viajes del siglo XVIII y la literatura romántica del siglo XIX y en los que la proximidad al Mediterráneo y al continente africano estarían presentes, como se desprende de expresiones como "África comienza en los Pirineos" de Alejandro Dumas y la reflexión identitaria sobre la europeidad de España. Lejos de ser un caso excepcional España reflejaría los problemas de Europa ya antes incluso del siglo XX. Sus crisis y guerras civiles, afirman Sebastian Balfour y Paul Preston, no son sino formas específicas de las que asolaron al continente. "Su creciente aproximación a Europa se debió no sólo a las exigencias de seguridad estratégica, sino a un medio internacional cada vez más inestable y a las interrelaciones económicas, sociales y culturales".

Más allá de la periferia del retorno de dichas imágenes y de la percepción de lo inmediato en la opinión pública y la cultura popular, el horizonte actual invita a hacer una reflexión sobre la autocomplacencia que puede subyacer en este discurso historiográfico, pero no debe hacernos perder la perspectiva de la singularidad del caso español en un contexto general en el que está plenamente inserta España desde su condición europea y desde la naturaleza global e interdependiente de la sociedad internacional. En consecuencia la crisis española ha de analizarse desde las coordenadas de una crisis general, una crisis sistémica que está cuestionando las bases desde las que España se incardinó en sus anclajes europeos y atlánticos, la crisis del modelo del capitalismo democrático y liberal. En suma, situar la crisis del sistema social desde diversas escalas geohistóricas -el plano español, la escala europea y la dimensión global-. Un análisis que debe llevarnos a reflexionar sobre el modo en cómo el análisis desde la teoría social enlaza con la cultura popular, en particular con la cultura del desencanto, como actitud frente a la zozobra del modelo social, provocada por la crisis. Escenifiquémoslo desde dos de las problemáticas más visibles y mediáticas: la crisis del modelo socio-económico y la crisis del sistema político.

El estallido de la crisis y el comienzo de la Gran Recesión en el verano de 2007 ha ilustrado el componente sistémico de la misma. Un acontecimiento que desde una perspectiva histórica de cambio de ciclo es indisociable de los cambios que han devenido escalonados de acontecimientos de variado perfil: la revolución de 1968, la crisis económica de los años setenta, el final de la Guerra Fría y el colapso del socialismo real, el ciclo de guerras en Oriente Medio -incluida la cruzada contra el terrorismo desde el 11-S, y en última instancia la crisis económica, entre los hechos más simbólicos. Todo ello nos sitúa ante un escenario convulso y de profundos cambios que han suscitado entre los historiadores, la reflexión en torno al cuestionamiento del propio mundo contemporáneo y el advenimiento de un nuevo ciclo histórico.

Desde el plano eminentemente económico el seísmo en el seno del capitalismo ha confirmado cambios esenciales en la estructura del sistema como el ascenso hegemónico de China, la puesta en escena del vigor de las nuevas economías emergentes como Brasil o la India además de los tigres asiáticos y la pérdida de poder relativo de los Estados Unidos y la Unión Europea. En su secuencia, afirma Joaquín Estefanía, la crisis ha adquirido ciertas características propias en Estados Unidos y Europa:

(...) de EEUU ha pasado al Viejo Continente, de crisis financiera privada ha devenido en una crisis de deuda pública; su origen estuvo en los abusos y estafas del sistema financiero en la sombra, y las ayudas estatales al mismo (cuando algunos se atrevían a defender que salvar a la banca era salvar a la calle, que proteger Wall Street era proteger Main Street) están en el epicentro de buena parte de los problemas del déficit y del endeudamiento de muchos países. A este fenómeno se le ha denominado "neoliberalismo de Estado" (...)

Con el estallido de la crisis y su primera manifestación, la burbuja financiera, las miradas del mundo político y de los negocios, así como del académico y la cultura popular, se polarizarían sobre la terrible convulsión del crack de 1929 y la crisis de los años treinta. Las consecuencias de la desregulación de los mercados y la escenificación de las respuestas anticrisis, particularmente las políticas keynesianas volvieron al vocabulario de los políticos y los economistas. El triunfo electoral del demócrata Barak Obama que le llevaría a la Casa Blanca eran interpretados como signos inequívocos del retorno a las recetas keynesianas y de que había llegado el momento de domesticar de nuevo los mercados. Aquellas expectativas, pese al interés pedagógico por aprender del pasado, no llegaron muy lejos y desde luego no han tenido un alcance global pues las políticas anticrisis han sido tan variadas como el propio policentrismo de la estructura del poder económico en la actualidad. "En un mundo a la deriva" como reza el título de un artículo de Jeffrey D. Sachs -profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia- la geopolítica "está alejándose decisivamente de un mundo dominado por Europa y EEUU y hacia otro con muchas potencias regionales, pero sin un dirigente mundial y se acerca una nueva era de inestabilidad económica debida tanto a los límites físicos del crecimiento como a la agitación financiera".

Crisis y Memoria

No obstante, la memoria colectiva buscando pautas de comprensión hacia el presente miraba hacia el pasado que resultaba demasiado familiar. Las poderosas imágenes de novelas como Las uvas de la ira de John Steinbeck y el vocabulario visual de su versión cinematográfica estaban muy presentes. El novelista John Williams al abordar en su novela Stonerdescribía -en las palabras de Joaquín Estefanía- la atmósfera de la Gran Depresión:

Durante la década de los treinta, cuando los rostros de muchos hombres se tornaron duros y fríos como si miraran hacia un abismo, nuestro hombre advirtió los signos de la desesperanza generalizada que conocía desde niño. Vio hombres destruidos al ver roto su concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las calles y los parques, con la mirada vacía como añicos de cristal roto; les veía entrar por las puertas de atrás, con el amargo orgullo de los hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les permitiera volver a mendigar, y también vio personas que una vez caminaron erguidos con envidia y odio por la débil seguridad que él disfrutaba.

En las imágenes de la crisis de la primera posguerra mundial permanecen las caricaturas de George Grosz sobre la burguesía de Weimar o las satíricas imágenes de Luis Quintanilla retratando los viejos poderes oligárquicos de la España sublevada contra la República, bajo el título de la serie "Franco's Black Spain" elaborada en Nueva York en 1938. Sin olvidar la sátira gráfica que en el marco de la guerra civil española desde el bando rebelde se plasmaría en las historietas gráficas de La Ametralladora y luego en la posguerra en La Codorniz,cuyo primer número salía a la luz pública en 1941.

La cristalización de imágenes ilustrativas del conflicto de clases como la imagen de los hombres gordos, de negro, con chistera o de los proletarios, evocan un mundo de dependencias cuya perdurabilidad llega hasta el presente. Escribía Frank Kafka en 1924 al ver una caricatura de su amigo Gustav Janouch que "el hombre gordo con sombrero de copa persigue a los pobres (...) El hombre gordo domina al hombre pobre dentro del marco de un sistema determinado, pero él no es el sistema (...) Todo depende de todo. Todo está atado.El capitalismo es un estado del mundo y del alma". En la España de los años setenta Soro dibujaba al mismo hombre gordo, en el contexto de otra crisis sistémica del capitalismo. Massius -el siniestro hombre de la chistera- y Pressus -el explotado- encarnan los estereotipos de los verdugos y las víctimas, en suma de la lucha de clases. En este juego de espejos del tiempo, escribe Santiago Alba, "es difícil bañarse dos veces en el mismo río, pero es mucho más difícil no ver pasar, una y otra vez, las mismas barcas y los mismos cadáveres". Imágenes que hoy nos llevarían a: la lúcida sátira de "El Roto" -Andrés Rabago García- y su serie de Viñetas para una crisis, una de cuyas viñetas reinterpreta a la figura del hombre de negro con chistera de cuyos labios emana con evidente malestar "¿El bien común? ¡Eso suena a comunismo!" ; a los entrañables blasillos de Forges, como la garra del hombre de negro ávida por recoger las ayudas del plan europeo de inversióncon el fin desanear las cuentas corporativas,publicada en el diario El Paísel 2 de mayo de 2012; o la mordacidad y el pesimismo de algunas de las tiras de Manel Fontdevila publicada en su blog el 31 de octubre de 2010 en la que la encarnación del hombre de negro en un representante de la CEOE le aconsejaba a un militante de Batasuna: "Es que hay que ser bruto...¡A la gente no se la mata!¡es indecente! Sienten la cabeza hombre...¡se puede conseguir que la vida de la gente sea una mierda sin llegar a matarla, se lo garantizo!"

Los tiempos de crisis han dado lugar a menudo al surgimiento de personajes de cómic, de historias gráficas, como figuras representativas de la cultura popular y su permeabilidad al entorno con el fin de hacerlo inteligible y suscitar la reflexión y la crítica. Superman emergería de la larga sombra de la crisis de 1929 y Popeye lo haría a principios de 1929 como un personaje secundario de la tira cómica de Segar Thimble Theatre en Estados Unidos, del mismo modo que Tintín lo haría en la Bélgica del periodo de entreguerras. La misma Mafalda aparecería en la crítica coyuntura política y socio-económica de América Latina en la década de los setenta. Este estado de ánimo estarían presentes en el nacimiento de un nuevo personaje en España en plena resaca de la crisis en el año 2010, Apolo. El personaje concebido por Emma Reverter, sensible a problemas cotidianos como la falta de acceso a la vivienda, el mileurismo o la pobreza extrema, se concretaría en la figura de un niño. Éste respondía:

(...) Al espíritu del dios griego de la política, representante de la armonía y la razón y con dominio sobre la luz, las plagas, los colonos y defensor de los rebaños. Sólo que este Apolo lo veremos en su infancia más terrenal y contemporánea, en ese niño cuya inocencia ve el lado positivo de la vida, con lo cual la realidad se hace más cruel para quien lee el cómic.
Retornando a la crisis de 1929, este escenario sería el argumento preliminar con el que abordaban trabajos académicos como el de Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez Para comprender la crisis y desde la cultura popular como la sátira gráfica de Aleix Saló -colaborador en publicaciones como Avui, El Jueves, ADN o Público-que se embarcaba en uno de los retratos más agudos y sombríos de la crisis española, Simiocracia, a la estela de la no menos popular Españistán, donde no faltaría una alusión al corto vuelo de las recetas keynesianas aplicadas en España por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero con su primer plan anticrisis.

Los paralelismos con la crisis de 1929 y otras crisis posteriores, particularmente la de los años setenta, han calado en la cultura popular, pero desde la tribuna pública los intelectuales y los expertos en Economía acuden a la perspectiva comparativa y advierten de las diferencias y originalidad de la crisis actual. En opinión de Joaquín Estefanía hay cuatro diferencias fundamentales entre la Gran Depresión y la Gran Recesión actual: en primer término, la calidad de las respuestas políticas pues frente a la dilación en la puesta en marcha de políticas anticrisis en los años treinta por la inercia dominante del laissez faire contrasta con la rapidez con que se puso en marcha desde 2007 una política monetaria expansiva con abundantes dosis de liquidez, tipos de interés próximos a cero y ayudas extraordinarias a la banca y planes de estímulo a la demanda que acabarían generando el déficit y la deuda pública; en segundo lugar, diferencias de rango ideológico, pues a diferencia de los años treinta en plena efervescencia de las alternativas totalitarias de diferente signo -marxismo-leninismo y fascismo- en la actualidad no hay alternativa al capitalismo del siglo XXI; la tercera, es la respuesta proteccionista a la Gran Depresión frente al "proteccionismo de baja intensidad" de la actualidad; y por último, la presencia, especialmente en Europa, de un potente Estado del bienestar -aunque éste ya hubiera experimentado sustanciales ajustes desde la crisis de 1970', que trataba de proteger al ciudadano "desde la cuna a la tumba" a partir de la educación, la sanidad y las pensiones universales. Si bien es cierto la dinámica de las políticas de austeridad están desintegrando aceleradamente, al menos en los países más golpeados por la crisis en Europa, el Estado del bienestar lo que está deteriorando profundamente la vida democrática y la credibilidad y la legitimidad del modelo político, sobre la que volveremos en breve.

En el marco europeo, siguiendo a Joaquín Estefanía, el resultado ha sido una sima profunda en la conciencia y la credibilidad del proyecto europeísta. Las expectativas alumbradas desde los años ochenta con el Acta Única Europea y el cruce del Rubicón de la Unión Europea han encallado en la línea de flotación del discurso de la construcción europea, la práctica funcionalista polarizada sobre la construcción económica como pilar para avanzar en el terreno de la política y la construcción de la ciudadanía y la identidad europea. La hoja de ruta de la crisis en Europa ha sido demoledora:

(...) la crisis de la deuda soberana y el crecimiento de las primas de riesgo -cuya solución era para lo que se adoptó la política económica de austeridad extrema y rígida, aplicada a países con problemas muy diferentes- no ha mejorado; los problemas de liquidez o solvencia de muchos bancos de matriz europea y funcionamiento multinacional siguen encima de la mesa y todos ellos han de acudir sistemáticamente a las subastas de liquidez del BCE (un mecanismo administrativo, al margen del mercado) para sobrevivir y poder pagar sus obligaciones y sus deudas; estancamiento económico o recesión en la mayor parte de los países, lo que significa multiplicación exponencial del paro, empobrecimiento de las clases medias, mortandad de centenares de miles de empresas y reducción de la movilidad social.

La crisis ha enfatizado las diferencias Norte-Sur y centro-periféricas en el seno de la Unión Europea a tenor del seísmo económico, pero agudizando la inestabilidad socio-política y recuperando del baúl de la memoria los viejos tópicos sobre los países católicos europeos frente a la eficiencia protestante en clave weberiana. El propio acrónimo que se utilizaría para referirse en el seno de la Unión Europea a Portugal, Irlanda, Grecia y España (Spain) -PIGS- no resulta en absoluto inocente.

El efecto de la crisis económica es demoledor en Europa y particularmente en España en términos de desmantelamiento del Estado del bienestar y sus efectos sobre la credibilidad de la democracia y la legitimidad del sistema y la clase política. Al final de su artículo Joaquín Estefanía aludía a los debates centrales sobre los que pivotaba la Teoría General de John Maynard Keynes: la dificultad para garantizar el pleno empleo y el arbitrario y desigual reparto de la fortuna y de la renta. "¿Tan poco hemos aprendido en tres cuartos de siglo?". Desbordando el perímetro de lo económico para transcender a la arena política, el desmantelamiento del Estado del bienestar sobre el que concurre no sólo la coyuntura económica sino también pretensiones ideológicas de corte neoliberal parece ignorar las razones profundas que condujeron en Europa a la articulación y consolidación del Estado del bienestar. Desconocer la historia y evadir la adecuada comprensión de los procesos y los acontecimientos históricos y, en particular, el entretejimiento entre la guerra y la revolución en el ciclo de guerras mundiales no parece, en mi opinión, una saludable y constructiva práctica.

Las exequias por el fin del neoliberalismo que siguieron al estallido de la crisis en plena efervescencia de la puesta en escena de políticas anticrisis de corte keynesiano se revelarían prematuras, especialmente en el plano europeo y, particularmente en España a raíz del cambio del rumbo que José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que interpretar bajo la presión norteamericana y europea. Las políticas de austeridad talarían, como ya estaba sucediendo en Grecia o Portugal, el Estado del bienestar. La perdurabilidad de los dogmas del mercado -autoregulado- frente a las advertencias de economistas como Joseph Stiglitz o Paul Krugman, pondrían de relieve la persistencia de construcciones ideológicas sobre las que se ha fundamentado el ejercicio de la hegemonía e influencia norteamericana desde la II Guerra Mundial y que tan determinantes han sido para el destino de Europa.

En un magistral artículo publicado en el año 2002 José Vidal-Beneyto apuntaba a la "ocupación de ese espacio reverencial por parte de Norteamérica". Los principales "temas que durante ese periodo se han propuesto fundar el sentido del acontecer humano se han elaborado allí o han sido importados y lanzados desde sus plataformas en concordancia con las exigencias de su dominación". Desde la segunda mitad del siglo XX se habría ido imponiendo en Occidente el ideal de modernización norteamericano. Desde el núcleo del liberalismo la pugna sistémica que recorrería buena parte del siglo XX frente a las alternativas totalitarias de signo fascista o signo marxista-leninista, cristalizaría, una vez derrotados los fascismos, con la Guerra Fría cultural en un discurso y una propaganda orientada a desmontar el marxismo y eliminar a la Unión Soviética. La imposición de la tesis del fin de las ideologías, que tendría su gran presentación pública en la Conferencia de Florencia a la que asistirían más de 150 intelectuales procedentes de todo el mundo y organizada en septiembre de 1955 por el Congreso por la Libertad de la Cultura, se haría desde los siguientes planteamientos:
Su impugnación se opera no sólo con argumentos teóricos y científicos, sino mediante su descalificación global, al considerarlo como una simple ideología, en una fase histórica, la de las sociedades industriales desarrolladas, en la que, según ellos, las ideologías han perdido todo sentido y razón de ser.

En este contexto cristalizarían los núcleos fundamentales de la agenda político-ideológica de la segunda mitad del siglo XX. Entre ellos:

(...) el declive del militantismo y la atonía ciudadana; los límites disfunciones de los Estados y del poder público; la capacidad de autoorganización de los actores sociales; el rechazo del conflicto y la reivindicación del consenso como base del funcionamiento social; el imperativo de la modernización, siguiendo las pautas de los países occidentales, como condición del progreso; y la eficacia y el éxito personal (...)

Crisis y modelos

Sus dos núcleos capitales serían la preeminencia del individuo sobre la comunidad y la complejidad de las sociedades contemporáneas. Así la extraordinaria "movilización intelectual y social de la década de los sesenta y la contestación del orden y de los valores dominantes en que se traduce subrayan la inadecuación del régimen democrático a las sociedades del último tercio del siglo XX". La crisis económica de los setenta y el retorno de las políticas económicas neoliberales cuestionaría la viabilidad del modelo keynesiano. Pero la fundamentación no sólo se haría sobre el terreno de la economía, sino que descansaría sobre un poso intelectual y teórico eminentemente liberal. La aparición del concepto gobernabilidad tendría lugar en los años setenta, especialmente en el ámbito norteamericano y saltaría del ámbito académico al institucional en el marco de la Comisión Trilateral, creada en 1973 por iniciativa de Rockefeller y otros grandes empresarios de Japón y Europa. Se encargaría a tres expertos -Crozier, Huntington y Wtanuki- un informe sobre las disfunciones con que se enfrentaban entonces los regímenes democráticos y que los hacía difícilmente gobernables. Su análisis titulado La crisis de la democracia. Informe sobre la gobernabilidad de las democracias (1975) representaba el primer lanzamiento público del término gobernabilidad. Su tesis -argumenta José Vidal-Beneyto- parte del hecho de "que las expectativas sociales de los ciudadanos y sus demandas al Estado han aumentado considerablemente, mientras que la capacidad y los recursos de éste para satisfacerlas han disminuido". La solución se orientaría en el sentido de "disminuir la participación ciudadana, en tecnificar la conducción de la sociedad y en confiarla a los actores sociales (empresas, asociaciones, grupos de interés) y a unas pocas instituciones".

El determinante efecto de la crisis de los setenta, pese a las resistencias de los partidos socialdemócratas, marcaría una hoja de ruta que cuestionaba la naturaleza del Estado del bienestar. En Europa las salidas a la crisis en la década de los ochenta avanzaban en la línea de la preservación del modelo social europeo pero inoculando prácticas desregulatorias como las que subyacían en el camino para construir un Mercado Único. Desde los años ochenta el término de gobernabilidad se asociaría al de gobernanza, como sinónimo de ejercicio del poder, de actividad de gobierno, e irrumpiría con fuerza en los ámbitos institucionales ligados al problema del desarrollo, en especial en las organizaciones económicas internacionales. La gobernanza, concepto de uso muy extendido en el sistema de Naciones Unidas y en organizaciones regionales como la OCDE, serviría como un instrumento intelectual y político cuyo objetivo fundamental es "suplir, en realidad, sustituir, al poder político". La obra de Rosenau,Gobernanza sin gobierno, es ilustrativa de su ideario:

La presentación del mercado como instancia reguladora no sólo económica, sino también social; el papel determinante de los actores no estatales, y en especial sociales, en el funcionamiento de la comunidad; la multiplicidad de instancias, niveles y redes en la sociedad actual, que hacen necesariamente ineficaces los intentos de organización y control políticos de un gobierno central y que llevan a privilegiar las pautas de coordinación interactiva y de la autoorganización.

De este entramado intelectual derivarían prácticas regulatorias institucionalizadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en torno al llamado Consenso de Washington y la consigna de la condicionalidad económica a la que luego se sumaría la condicionalidad política. El cuadro general no parece haber variado en exceso, en términos intelectuales, si atendemos a las múltiples condicionalidades a las que se ven sometidos los países europeos sometidos al rescate en la Unión Europea.

Un telón ambiental que en el caso particular español percute sobre la propia dinámica evolutiva de la sociedad española y el cuestionamiento de la práctica política y la eficacia y credibilidad de las instituciones y de la clase política. Sin duda, los profundos cambios que se han ido produciendo desde el último cuarto del siglo XX como consecuencia de la globalización, el desarrollo de las tecnologías de la información, la naturaleza del capitalismo postindustrial o el propio modo en cómo se ha gestionado la construcción y el desarrollo de la democracia y la descentralización del Estado, entre otros factores han influido notoriamente sobre el sistema político. En muchos aspectos, los partidos políticos no han estado a la altura de las circunstancias ni se han adaptado al ritmo de cambio de una sociedad donde las tecnologías de la información han modificado radicalmente el espacio público y privado. La crisis económica y social con su efecto desintegrador, han percutido profundamente sobre la credibilidad del sistema y la clase política.

Las grandes convulsiones económicas como la de 1929 acabarían por tener profundas y duraderas consecuencias sobre el contrato social y la naturaleza del sistema político. En el marco de los treinta las salidas totalitarias y la refundación de las democracias. En los Estados Unidos la crisis de 1929 y los escombros del capitalismo liberal conducirían a una refundación de la República, el New Deal cuya escenificación y posterior desarrollo determinaría un ciclo que se cerraría con la crisis de los setenta. En España el agotamiento del capitalismo liberal conduciría a la proclamación de la Segunda República, pero la ausencia de un consenso social sobre su proyecto político -atenazada entre las tendencias político-ideológicas dominantes en la Europa de entreguerras (Reforma, Reacción y Revolución)- fracasaría en las orillas de la Guerra Civil, de la que devendría un largo período autoritario.

La crisis de los setenta no dejaría de tener hondas repercusiones en la naturaleza del contrato social en los Estados Unidos y en Europa Occidental a tenor del cuestionamiento del Estado providencia o del Estado del bienestar, según el caso. La llegada de Ronald Reagan suponía la quiebra de las sucesivas versiones del Nuevo Trato y el desembarco de las políticas neoliberales. En Europa, en la resaca de las revoluciones de 1968 y con la crisis de la década de los setenta pese a la perdurabilidad del Estado del bienestar las políticas anticrisis inocularían políticas neoliberales que afectarían a la solidez del contrato social de la segunda posguerra mundial. Incluso en el marco de la construcción europea la crisis de los setenta sería determinante en el relanzamiento de la construcción europea desde los años ochenta al avanzarse en la ampliación y la profundización del proceso con el Acta Única Europea en 1986 y posteriormente el inicio del camino hacia la Unión Europea en la década siguiente. En España la crisis económica coincidiría con el final de la dictadura del general Franco y la construcción de un nuevo contrato social tejido al hilo de la Transición democrática, lo que cambiaría radicalmente las reglas del juego político y pondría en marcha el proceso de descentralización político-administrativa -el modelo autonómico-. Un proceso de cambio que discurriría en paralelo con la reconfiguración del modelo social y económico en torno a los Pactos de La Moncloa.

La crisis actual está cuestionando no tanto los principios y la naturaleza de la democracia y del Estado del bienestar, pues éstos son reivindicados por las plataformas y movimientos que están surgiendo en la sociedad civil en los Estados más golpeados por la crisis. Pero la crisis es también el semillero en el que ha crecido el populismo y los nacionalismos exacerbados. Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez reflexionan sobre la menor capacidad del Estado español para hacer frente a los desafíos de la crisis como consecuencia de la evacuación de poder del Estado central hacia arriba, hacia las instancias supranacionales de la Unión Europea y hacia abajo como consecuencia del desarrollo del proceso autonómico. Advierten, asimismo, de la importancia que ha tenido para España y la suerte de su dinámica de modernización con la inercia dominante en Europa, atendiendo al colapso de Europa en los años treinta o la solidez política y económica de la construcción europea al superar la crisis de los años setenta. La envergadura de la crisis actual lleva a los autores a preguntarse si corremos hoy el peligro de que la presente crisis desencuaderne España, como lo hizo la del siglo XVII.

El efecto desintegrador de la crisis económica ha ido consolidando en buena parte de la sociedad civil española a tenor de la toma de conciencia de los problemas propios que han conducido a la actual crisis y las responsabilidades que en ella ha tenido la clase política, el comportamiento irresponsable de las entidades bancarias o la mala gestión político-administrativa, entre otros factores, la convicción en torno a la necesidad de introducir cambios en el sistema político en aras al saneamiento de la vida democrática. Pero es llamativo que a diferencia de otras coyunturas históricas de crisis en España en el pasado siglo no se apele desde la clase política a la regeneración. El mismo José María Aznar en el contexto que le llevaría a La Moncloa en 1996 hablaría de la conveniencia de una segunda Transición a rebufo de los escándalos políticos y económicos en los últimos Gobiernos de Felipe González. Ahora en cambio en medio de una creciente desconfianza hacia un sistema político que ha evidenciado la ausencia de una auténtica división de poderes y la práctica generalizada de prácticas de corrupción resulta muy ilustrativo que la clase política no aliente en este contexto ninguna voluntad de regenerar, revitalizar y restablecer la credibilidad del sistema democrático como sistema de convivencia. En algún caso desde los medios de opinión se ha hablado de la incapacidad de la clase política para generar un relato inteligible de la historia reciente de España que permita una comprensión crítica y constructiva del presente. En este sentido, una de las reflexiones más agudas sobre la naturaleza de la crisis del sistema político devendría del análisis de César Molinas en un artículo publicado el 9 de septiembre de 2012 bajo el título "Una teoría de la clase política española". El texto es una apelación a la necesidad de reformar el sistema político comenzando por el propio sistema electoral. Su argumentación sirve de epílogo y de invitación a la reflexión como ciudadanos:

(..) la clase política española ha desarrollado en las últimas décadas un interés particular, sostenido por un sistema de captura de rentas, que se sitúa por encima del interés general de la nación. En este sentido forma una élite extractiva, según la terminología popularizada por Acemoglu y Robinson. Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las Cajas de Ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias. Estos procesos han llevado a España a los rescates europeos, resistidos de forma numantina por nuestra clase política porque obligan a hacer reformas que erosionan su interés particular. Una reforma legal que implantase un sistema electoral mayoritario provocaría que los cargos electos fuesen responsables ante sus votantes en vez de serlo ante la cúpula de su partido, daría un vuelco muy positivo a la democracia española y facilitaría el proceso de reforma estructural.

 

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