La amenaza latente del presidente Trump de desmantelar la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID en su sigla en inglés) no sólo es una propuesta políticamente divisiva; es una decisión que -de llevarse a cabo- representaría un golpe devastador a la diplomacia estadounidense y a los esfuerzos globales por combatir la pobreza y promover el desarrollo sostenible. Si bien aún no se ha concretado la decisión, su mera consideración merece una crítica profunda, anclada tanto en el pragmatismo político como en la teoría organizacional en Relaciones Internacionales. La posibilidad de un desmantelamiento de la USAID exige un análisis exhaustivo que va más allá de la retórica política y se adentra en las consecuencias reales para millones de personas en todo el mundo.
El anuncio del presidente Trump, envuelto en el discurso nacionalista de "América First", ignora sin miramientos el profundo impacto de USAID en la vida de quienes habitan los países receptores de ayuda. Si observamos las cifras, encontramos una imagen contundente. El año 2022, por ejemplo, USAID destinó más de US$30.000 millones en ayuda a más de cien países en un amplio espectro de áreas: desde la asistencia alimentaria de emergencia y la respuesta a desastres naturales hasta programas de desarrollo a largo plazo en salud, educación, gobernanza y agricultura. Detener esta transferencia de recursos tendría consecuencias inmediatas y devastadoras.
Algunos otros ejemplos concretos ilustran la importancia de la USAID. En la lucha contra el VIH/SIDA, la agencia ha invertido miles de millones de dólares, contribuyendo de manera significativa a la reducción de nuevas infecciones y a la mejora de la salud de millones de personas. En la respuesta a la pandemia del COVID-19, la USAID fue clave en la entrega de ayuda humanitaria y en el apoyo a los sistemas de salud de los países en desarrollo. Sus esfuerzos en la seguridad alimentaria, la promoción de la democracia y la gobernanza, así como en la reducción de la pobreza, son testimonio de su impacto positivo en el mundo.
Desde la perspectiva académica es posible reforzar los cuestionamientos a esta idea del gobierno estadounidense, en particular, ofreciendo un análisis que va más allá del discurso político partidista. Si consideramos, por ejemplo, el marco analítico que ofrece Anthony Downs (1966) relativo al ciclo de vida de las organizaciones, éste permite comprender la trayectoria de las mismas y su propensión a la decadencia. Downs describe el ciclo de vida organizacional como un proceso evolutivo que pasa por etapas de innovación, crecimiento, madurez y –finalmente- decadencia. USAID, como una gran organización dedicada a la ayuda internacional, se encuentra en una fase de madurez, sin señales claras de decadencia o ineficiencia que justifiquen su desmantelamiento. Al contrario, sus adaptaciones y continua capacidad para responder a crisis globales demuestran su vitalidad y adecuación a los desafíos del siglo XXI.
Desmantelar la USAID sería un acto de destrucción prematura, ignorando los mecanismos de adaptación y las mejoras internas que una organización madura suele implementar. El análisis de Downs nos advierte sobre los riesgos de una liquidación arbitraria, que puede llevar a la pérdida de capital humano, experiencia, conocimiento institucional y redes estratégicas que la USAID ha construido cuidadosamente a lo largo de décadas. En lugar de un desmantelamiento, debería –tal vez- implementarse un proceso de reforma estratégica, identificando áreas que requieren optimización para aumentar la eficiencia y la transparencia.
Por otro lado, el trabajo de Vincent Arel-Bundock (2015) titulado "The Limits of Foreign Aid Diplomacy: How Bureaucratic Design Shapes Aid Distribution" nos ofrece una comprensión crítica de la forma en que el diseño burocrático influye en la distribución de la ayuda. Arel-Bundock argumenta que la estructura organizativa y los procesos burocráticos de la USAID, y las agencias de ayuda en general, pueden distorsionar la asignación de recursos, favoreciendo algunos países o proyectos sobre otros en base a criterios que no siempre son los más eficientes o equitativos. Su argumento se centra en la complejidad de los procesos de toma de decisiones, y cómo las prioridades políticas, la ineficiencia administrativa y las presiones internas pueden afectar negativamente la eficacia de la ayuda.
La propuesta del presidente Trump, en lugar de abordar las limitaciones burocráticas identificadas por Arel-Bundock, se dirige directamente a eliminar la estructura que, aunque imperfecta, ha demostrado su capacidad para gestionar grandes volúmenes de ayuda y alcanzar objetivos importantes de desarrollo. El desmantelamiento propuesto no sólo ignoraría las deficiencias señaladas por este autor, sino que las exacerbaría al eliminar la estructura encargada de mitigarlas. Es necesario un esfuerzo concertado por mejorar la eficiencia, la rendición de cuentas y la equidad en la asignación de los fondos de ayuda, pero un desmantelamiento representaría una negación de los logros alcanzados hasta ahora y una renuncia a la responsabilidad estadounidense en el escenario global.
Eliminar la USAID no sólo sería una decisión irresponsable desde el punto de vista humanitario, sino también un error estratégico que debilitaría la posición de los Estados Unidos en el escenario internacional. La agencia no sólo entrega ayuda, sino que promueve los valores democráticos, apoya la estabilidad y fomenta la cooperación internacional. Desmantelarla equivaldría a renunciar a un instrumento vital de la diplomacia estadounidense, desaprovechándose así una oportunidad única para promover el desarrollo sostenible y el bienestar global. En lugar de la eliminación, se necesita una reforma integral que aborde las limitaciones de la burocracia sin sacrificar la eficiencia, la experiencia y el impacto positivo de la USAID. El mundo, y en particular los más vulnerables, necesitan más USAID, no menos. Una decisión como ésta, sin un análisis profundo y serio de las consecuencias, sería una negligencia histórica.