Patricio Rosas - Cátedra OMC-IEI

Chile y la OCDE, saber hacer

Chile y la OCDE, saber hacer

A poco más de un año de la entrada de Chile a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico es necesario establecer lineamientos que nos permitan hablar con propiedad del crecimiento, por una parte, y del desarrollo, por otra.

 

Como bien sabemos, desde la década de los noventa en adelante Chile ha estado trabajando intensamente en un proceso de reinserción internacional que lo coloque en las vanguardias sociales, medioambientales, políticas y, sobre todo, económicas.

No obstante lo anterior, nuestro país se caracteriza por ser una economía más bien pequeña, alejada de los centros de poder, pero que ha jugado correctamente, en mi opinión, dos cartas en sumo interesante.

La primera de ellas se relaciona con la variable prestigio, es decir, cómo hemos podido revelarnos ante la comunidad internacional como un país modelo, respetuoso del derecho internacional, comprometido con la integración de las naciones, promotor de los valores democráticos y del libre comercio sin necesidad de ceder en elementales aspectos ético-morales.

La segunda variable, en congruencia con la precedente, está dada por la comprensión del multilateralismo como un instrumento de compensación de nuestra debilidad relativa de negociación en el concierto internacional. En este sentido, el proceso multilateral nos permite plantear, discutir y concertar aspiraciones que de otro modo solo se remitirían al pensamiento.

 Planteado lo anterior, no cabe duda que nuestro ingreso como miembro pleno a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha representado un éxito tras dos décadas de trabajo y reformas económicas, entre las cuales cabe mencionar la ley que termina con el secreto bancario, el refuerzo de las leyes que regulan la libre competencia y los acuerdos para la protección al consumidor, la legislación que aumenta la transparencia en los mercados financieros, mejoras de la gobernanza pública y otras de similar tenor.

En términos estadísticos, Chile se encuentra relativamente bien posicionado, aunque esto, ciertamente, no es óbice para seguir mejorando. Entre 1990 y el 2010 el PIB per cápita (US$PPA) se ha triplicado, ocupamos el puesto 25 de 180 países en el índice de corrupción mundial, nuestro IDH es considerado alto (puesto 45) y según los ratings de riesgo de inversión nuestro país se encuentra entre aquellos con menor riesgo mundial. Además, para el periodo 2010-2014 hemos sido considerados como el destino latinoamericano más atractivo para entablar negociaciones.

Hasta aquí, todo suena muy bien. Sin embargo, ¿a dónde nos lleva realmente todo esto? Y cabe hacerse la pregunta, sobre todo si tenemos en cuenta que el actual modelo económico mundial no implica, imperiosamente, que a mayor crecimiento habrá mayor desarrollo y desarrollo en su más amplio y continuo sentido, no aquel que solo reluce cada 4 años.

Solo a modo de ejemplo, uno de los últimos informes de la OCDE, Perspectivas Económicas de América Latina 2011, da cuenta de la vulnerabilidad de los cambios acaecidos con la población de los estratos medios bajos chilenos. Este señala que, si bien, hemos tenido éxito en la reducción de la pobreza, dicho proceso ha generado la existencia de numerosos hogares en los tramos más bajos de los estratos medios, justo encima del umbral que los separa de los desfavorecidos y, en consecuencia, muy cercanos de volver a la mencionada categoría.

En términos concretos, de acuerdo al informe señalado, el 55% de los hogares pobres en 1996 no lo eran en el 2001, mientras que el 11% de los que no lo eran en el primer año, sí lo eran en este último. Esto nos habla de una alta y sensible movilidad, no solo en términos ascendentes, sino también descendentes.

Por otra parte, en términos comparativos con el resto de países OCDE, Chile tiene la mayor desigualdad de ingresos, la tercera tasa de empleo más baja y la tercera más alta de pobreza relativa y de mortalidad infantil. Asimismo, y esto realmente no habla bien de los chilenos, solo el 13% de nuestra población expresa confianza en el prójimo, mientras que la media de la OCDE se encuentra en el 59%.

A pesar de lo anterior, el ingreso de Chile a la OCDE no se fundamenta en aumentar matemática o exponencialmente el comercio, sino, esencialmente, en mejorarlo. Es decir, los beneficios irán por el lado del know-how, por el traspaso de las buenas prácticas y por el mejoramiento de estas. Por lo pronto, no es tanto estar en el centro del diseño de la economía presente y futura, sino entender y aplicar dichos diseños en la medida más pertinente y ecuánime para Chile. Y esta es solo una de las áreas, pues además nos encontramos con prácticas en medioambiente, energía, gobernabilidad, cohesión social, educación y otras en sumo interesante para el verdadero desarrollo del país.

Por lo pronto, y recién a un año de nuestro ingreso oficial a la organización, es necesario actuar en una serie de ámbitos a fin de mejorar a corto, mediano y largo plazo los indicadores de Chile, a saber: a fin de solidificar el crecimiento de la productividad es necesario mejorar la competencia en el mercado de bienes, lo que conllevará a incentivar la gestión, la innovación y la reducción de las ineficiencias; es necesario además mejorar ciertas rigideces en las regulaciones que no alientan la recolocación de la producción en nuevas áreas y de mayor productividad; y, finalmente, es insoslayable mejorar las políticas educacionales y la formación de capital humano si queremos realmente mejorar nuestro desarrollo productivo, económico y social.

Avanzados estos pasos, y unos cuántos más que quedan en el tintero, podremos jugar nuevas cartas, trabajar sobre nuevas variables y presentarnos, recién plausiblemente, como una país que ha avanzado no solo en términos de crecimiento, sino además y por sobre todo, en términos de desarrollo.

 

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